Y solo en su habitación se paró a pensar que debía hacer.
Siempre se paraba, pero nunca daba con ninguna respuesta. ¿Significaba eso que
tenía que seguir adelante?
Cambió de disco, puso otra canción. Entre las cuatro paredes
había un ambiente diferente bajo el que se escondía la duda de tal manera que
parecía haberse ido. Pero solo estaba oculta.
Y llegó, más pronto que tarde, una melodía que la invitó a
despertar, a reencontrarse con aquel que deseaba inútilmente no volver a verla
jamás.
Se conocían muy bien, más de lo que él hubiese querido.
Habían pasado tardes,
noches e incluso días enteros juntos, pero él
la seguía odiando como el primer día, como la odiaba en ese momento y
como la odiaría siempre.
Quiso esconderla de nuevo pero, cuando lo intentó, una fría
mano le hizo detenerse y las palabras se le clavaron hasta hacerlo retroceder,
sentarse, pensar, llorar, odiarse, arrepentirse y, finalmente, dormirse.
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